domingo, 4 de abril de 2010

NAVIDAD: Había una vez un rey


5. SÓLO COMPRENDE LA ENCARNACIÓN QUIEN SE COMPROMETE EN EL AMOR

Navidad (Isaías 52, 7-10; Hebreos 1, 1-6; Juan 1, 1-18)

Sólo nos es posible entender de verdad la encarnación, desde el gran amor de Dios por todos los hombres. “Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos sí lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”.


HABÍA UNA VEZ UN REY

Había una vez un rey muy bueno. Pero en su reino existían tantos niveles entre él y su pueblo que la gente no lo conocía. Este pueblo, como todos los pueblos del mundo, era desgraciado. El rey enviaba ministros, médicos, maestros, asis­tentes sociales y hasta sacerdotes a las provincias más alejadas. Pero algunos mensajeros del rey no sabían cómo hacer las cosas y otros se aprovechaban para llenarse los bolsillos.

El rey decidió hacer una visita personal por su reino. En cada pueblo se le organizaban recepciones, grandes banque­tes, fiestas, músicos...

Amontonado en las grandes avenidas, el pueblo, que siem­pre se deja llevar por este tipo de espectáculos, gritaba “¡Viva nuestro rey!” y agitaba banderitas. Pero apenas los últimos cohetes de los fuegos artificiales se apagaban, otra vez se encontraban igual de desgraciados que antes, si no un poco más: “¿Por qué no estaré yo en el pellejo del rey o por lo menos en el de alguno de sus cortesanos?” –pensaban.

El rey reunió su camarilla y les dijo: “Doy a mi primer ministro plenos poderes para gobernar el reino en mi ausencia. Yo, desconocido de todos, viviré en medio del pueblo, trabajando con mis manos. Al atardecer me reuniré con algunos vecinos para animarlos. Algún día sabrán quién soy”.

Naturalmente que intervino el jefe de protocolo para objetar lo que podemos adivinar: el riesgo, el respeto al rey, la mala acogida de un pueblo grosero, y concluyó: “Majestad, cuando hayáis conseguido hacer felices a una docena de vecinos ¡no habréis progresado mucho! Quedarán aún decenas de millones de hombres desgraciados”.

Querido amigo —le respondió el rey—, no he esperado a oírte para hacerme la misma objeción... Pero mira lo que he pensado: enseñaré a mi docena de vecinos a hacer lo mismo con otros tres, cuatro o diez según sus posibilidades. Si cada uno comunica así un poco de su felicidad a sus prójimos toda la gente del reino se transformará”.

Hazlo, y así se hará. El ejemplo nos viene de lo alto.


ADVIENTO 4° Domingo: LAS 7 MARAVILLAS DEL MUNDO

4. DESCUBRIR LA PRESENCIA DE DIOS EN SUS MILAGROS

4° Domingo de Adviento (Is. 7,10-14; Rom. 1,1-7; Mateo 1, 18-24)


Las lecturas de hoy nos hablan de los señales para descubrir a Dios. Nosotros buscamos milagros espectaculares, pero Dios no suele hacer grandes signos para hacerse presente, es más sencillo y por eso nos cuesta reconocerlo.

LAS 7 MARAVILLAS DEL MUNDO

Un grupo de alumnos de primaria, estudiaban las siete maravillas del mundo antiguo. El maestro les pidió que cada uno hiciera una lista de las que ellos consideraban deberían ser actualmente las 7 maravillas del Mundo.

A pesar de los desacuerdos, algunas de las maravillas más votadas fueron: Las pirámides de Egipto, La Muralla China, Teotihuacan, El canal de Panamá, La Basílica de San Pedro…

Mientras seguían haciendo la votación, el maestro notó que una niña permanecía callada y no había entregado aun su lista. Así que le preguntó si tenía problema para terminar de hacer su elección. La niña tímidamente respondió: “Sí, un poco”.

Bueno –dijo el maestro-, dinos lo que has escrito y tal vez podamos discutirlo y ayudarte”.

La muchacha titubeó y después leyó: “Creo que la siete maravillas del mundo son: poder ver, poder escuchar, poder tocar, poder saborear, poder sentir, poder reír, y... poder amar”.

Al terminar de leerlas el salón de clase, incluido el maestro, se quedó en silencio por un rato.


No nos acostumbremos a las maravillas y milagros que Dios nos regala cada día.

Descubramos su presencia y su amor que nos envuelve.


ADVIENTO 3° Domingo: El zapatero


3. JESÚS VINO A SALVARNOS, NO A CAMBIAR LA SOCIEDAD.

3° Domingo de Adviento (Is. 35,1-6a.8a.10; Sant. 5,7-10; Mt. 11, 2-11)

Juan el bautista espera al Mesías. Reconoce a Jesús en el Jordán, pero ahora en la cárcel duda pues no ve cambios significativos en la sociedad. Manda por eso a sus discípulos a preguntarle a Jesús si él es el Mesías o tienen que esperar a otro. Jesús contesta con hechos que no vino para imponer un nuevo orden en la sociedad desde afuera sino desde adentro, a partir de cada corazón que le recibe.




EL ZAPATERO

En un país perdido entre montañas hay un pueblecito que no es ni grande ni chico. No hace mucho que al zapatero le sucedió algo muy curioso. Resulta que una mañana mientras rezaba recibió una buena noticia por parte de un misterioso personaje que le dijo: “Juan, tu vida le parece agradable al señor Jesús y hoy te visitará”.

El zapatero, muy contento, empezó por barrer y arreglar su tiendecita, sin dejar de lado el trabajo de ese día. Se aseó y arregló con detalle, y puso algo más de lo normal en su sopa.
De repente, se abrió la puerta y entró en la tienda una mujer de no muy buena reputación por el pueblo. El zapatero la atendió muy bien, pero pensaba "¡ay de mí si viene Jesús en este momento y me encuentra hablando con esta mujer, no podré recibirlo como deseo!". Pero después de platicar un rato la mujer salió, y Juan quedó sólo y siguió trabajando.

Su imaginación volaba como nunca pues no paraba de preguntarse “¿Cómo será Jesús? ¿Será como el cuadro de mi cuarto? ¿O quizás como el gran Cristo de la Parroquia?” Mientras pensaba en todo esto entró en la tienda una pobre mujer y su hijito necesitados de todo y sobretodo de amor. El zapatero les atendió lo mejor que pudo, le dio una manzana al muchacho y ambos salieron de allí con un par de zapatos nuevos de regalo.

En la jornada del zapatero parecía que no había lugar para Jesús, pues otra vez se abrió la puerta de la tienda y entró un zarrapastroso vagabundo más lleno de vino que de conciencia. “¿No tendrías un poco de agua…ardiente, hermano? –le dijo a Juan-. Estoy cansado de beber vino”. “Pasa, pasa –dijo el zapatero-. Te daré agua fresca para lavarte la cara y un plato de sopa”. Compartieron la comida y un buen rato de charla amistosa. El vagabundo dejó la casa del zapatero con ganas de tomarse la vida de otra manera.

Pasaron las horas y se hizo de noche. El zapatero cerró su tienda y se sintió triste, pues Jesús no había venido. Se sentó en su rincón de oración y se quejó: "Señor, ¿Cómo es que no has venido? Yo te esperaba."

Cual no sería su sorpresa cuando oyó una voz que le decía: "Amigo, tres veces te he visitado hoy, y las tres me has atendido muy bien. Cada vez que alguien entraba en tu tienda era yo quien te visitaba".

Todo lo que hagan a uno de estos mis pequeños hermanos,
a mí me lo hicieron”.

ADVIENTO 2° Domingo: Asamblea en la carpintería

2. CONVERTIRSE A DIOS ES CONVERTIRSE EN HERMANO DE LOS DEMÁS HOMBRES.

Domingo de Adviento (Is. 11,1-10; Rom. 15,4-9; Mateo 3,1-12)



El Mesías esperado, nos dice Isaías, “no juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas”. Los que pertenecemos a Jesús tampoco debemos juzgarnos, sino al contrario, como dice San Pablo, debemos tenernos paciencia unos a otros y buscar la unidad. Jesús insistió en que los hombres sabrían que somos sus discípulos no por lo que hagamos individualmente, sino porque nos amamos, nos aceptamos con nuestras virtudes y defectos. Adviento es tiempo de conversión, de cambiar nuestros criterios para amar sin juzgar.


ASAMBLEA EN LA CARPINTERÍA

Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Una reunión de las herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba el tiempo golpeando.

El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo. Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los otros. Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.

En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Con ellos convirtió la tosca madera en un lindo mueble.

Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo: -"Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos".

La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto. Se dieron cuenta que eran un equipo capaz de producir muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.

Ocurre lo mismo con los seres humanos. Observen y lo comprobarán. Cuando en una empresa el personal busca a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los otros, es cuando florecen los mejores logros humanos. Es fácil encontrar defectos, cualquiera puede hacerlo, pero encontrar cualidades, eso es para los espíritus superiores.


miércoles, 10 de febrero de 2010

ADVIENTO 1° Domingo: El viejo y el manzano


1. AMAR ES SEMBRAR PARA OTROS.

1° Domingo de Adviento (Is. 2,1-5; Rom. 13,11-14; Mt. 24,37-44)

Adviento es tiempo de espera, pero de espera activa no pasiva. La vida es una oportunidad que Dios nos da de amar y prepararnos para la eternidad. El saber que nuestra vida terminará pronto no debe angustiarnos, ni llevarnos a despreciar el mundo y sus responsabilidades, sino al contrario implicarnos en hacer un mundo mejor para los que vendrán. Amor es sembrar para otros. No sabemos si terminaremos lo que iniciamos, pero no importa, eso lo dejamos en manos de Dios.



EL VIEJO Y EL MANZANO

En una casa de campo bellísima vivía un anciano de ochenta años, llamado Juan, que cada día se levantaba muy temprano y se ponía a trabajar la tierra como si fuese un joven. Una mañana empezó a hacer hoyos y a plantar manzanos. Al poco tiempo pasó por allí un vecino que, extrañado de la actitud del hombre, le preguntó:

- ¿Qué estás haciendo, Juan?
- Pues mira, hoy estoy plantando manzanos y mañana plantaré otros árboles frutales -contestó tranquilo el anciano.

El vecino, sorprendido por verlo tan emocionado en una tarea nada fácil, le dijo, con cierto tono de burla:

- ¿Es que crees que vas a vivir para siempre? Tú sabes que los árboles tardan muchos años en dar fruto y para ese tiempo tú ya estarás muerto. No podrás probar ni una sola de tus manzanas.
- Ya lo sé -dijo el anciano-. Pero toda mi vida he comido manzanas, y que no había plantado yo. No hubiera podido yo comer ninguna si otros hombres no hubiesen hecho lo que yo estoy haciendo ahora. Sólo quiero pagar a mis semejantes con la moneda de la generosidad que ellos tuvieron conmigo.

Introducción

Padre Alejandro Illescas Molina. SF.

(2008 Año A: Evangelio de San Mateo)

Hace tiempo una amiga me preguntó que por qué siempre contaba yo cuentos en mis homilías. A lo que le contesté que es más sencillo recordar un cuento que una reflexión. Y para confirmarlo le pregunté de cuáles de mis sermones se acordaba. Y… sólo supo mencionarme algunos de los cuentos que yo había contado.

Como a cada rato me piden alguno de los cuentos que leo en las Misas de los domingos, se me ocurrió empezar a recogerlos en este librito para que la gente pueda tenerlos y usarlos.

No recojo mis homilías, sólo los cuentos. Pero puse antes de cada uno, una pequeña introducción que ayude a entender por qué lo utilicé en ese domingo concreto.

Aclaro que ninguno de estos cuentos es mío, sino que los he ido recopilando a lo largo de los años, de libros, revistas, mensajes enviados de amigos por Internet, etc. Son cuentos de muchos autores (Rabindranath Tagore, Anthony de Mello, Tere García Ruiz, Catón, Esopo, pastor Wayne, Carlos Cuauhtemoc Sánchez, etc.), que me han servido para entender e intentar vivir mejor la vida y el Evangelio.

Ojalá también les sirvan a ustedes…

A Jesús le gustaba contar cuentos. Y, la verdad, a mí también…